El fracaso de programar para otros públicos

(Homenaje al abonado de a pie)

            En los últimos años, más que nunca, se está dando en las orquestas sinfónicas el fenómeno de programar conciertos que incluyen tipos de música que quedan fuera de la calificación de “clásica” o “académica”. Se trata de la invitación a solistas de otros estilos que interpretan su propia música y que disponen del lujo de contar con el acompañamiento nada menos que de toda una orquesta sinfónica. En este tipo de actuaciones la formación sinfónica suele quedar velada tras la megafonía del grupo solista, a la manera de esas orquestas de televisión a las que se ve soplar y mover sus arcos y pero no de las que no se oye ni una nota.

público

Este artículo es un homenaje a cada persona del público

    La idea, en principio, es indiscutiblemente buena, pues todos pensamos que, si atraemos a la sala de conciertos a un público nuevo que generalmente no acude a la programación de abono, tal vez pueda despertarse en él una nueva afición que se traduzca en nuevos abonados o en más público para próximas actuaciones. De este modo, con toda su buena voluntad, los programadores incluyen guiños a las nuevas músicas, al folk comercial, a grupos que se etiquetan como “fusión” e incluso al flamenco. Y ciertamente, a estos conciertos  asisten personas que no son habituales en la programación de temporada.

            Hasta aquí todo funciona según lo previsto. No obstante, la experiencia dice que el número de gente que se aficiona a la música sinfónica a través de estos conciertos tiende escandalosamente a cero. Este tipo de público va a ver a su grupo pero no muestra, salvo excepciones, interés alguno por volver al auditorio para escuchar las obras de arte del mundo sinfónico. Como si la ausencia de megafonía impidiese que las ondas sonoras alcanzaran sus órganos auditivos con claridad, la música que no supera de continuo un umbral alto de decibelios no logra despertar su interés musical. Me atrevería a decir más: Ni siquiera esos grupos y solistas de “otras músicas” que han tenido el privilegio de disponer de una orquesta sinfónica a su servicio suelen dejarse ver entre el público (Dicho con otras palabras: la orquesta y su público se abren a otras músicas. Sin embargo, estas y sus públicos satisfacen su ego sacando provecho del lujo que se les concede, pero no ofrecen nada a cambio).

            El caso de los estudiantes de conservatorio también es digno de mención. Muchos de ellos, que no pierden oportunidad para intentar acceder a un puesto en alguna orquesta, tan solo acuden a un concierto si hay un solista invitado que toque el instrumento que estudian. Hemos llegado a ver a estudiantes de oboe que se han marchado tras una primera parte (concierto de oboe interpretado por Fulano de Tal, reconocido oboísta) sin importarles perderse la segunda (una buena sinfonía). Todos quieren estar sobre el escenario, pero pocos acuden al patio de butacas.

            La conclusión, para mí, es clara. Una orquesta necesita un buen aparato de publicidad para ganar público de entre las diferentes clases sociales, medias bajas o medias altas, que son, gracias a su presencia en las salas, quienes han permitido avanzar  y consolidarse a la música sinfónica y camerística. El abonado anónimo, que no necesariamente tiene estudios musicales y que muestra una afición a la verdadera música, la que no necesita del filtro de la megafonía, es el motor necesario de la música, la base de su pirámide. Si usted, lector de estas líneas, es uno de estos aficionados de a pie, que en ocasiones reconoce que ni siquiera tiene buen oído y que no es poseedor de una avanzada capacidad crítica en lo musical, pero simplemente es capaz de disfrutar de los conciertos, tenga esto en cuenta: Desengáñese, usted vale mucho. Es usted necesario. Gracias a la gente como usted, Shostakovich y Tchaikovksky viven aún. La música ha avanzado desde hace cuatro siglos gracias a la afición del abonado de a pie. Este artículo es un homenaje a usted.

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Enrique García Revilla
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5 Responses to El fracaso de programar para otros públicos

  1. José Luis says:

    Absolutamente de acuerdo. Si la música clásica puede hoy beneficiarse de algun tipo de publicidad, no será de ese. Y además de todo lo que dices, tampoco le hace mucho favor a la buena música popular, tangos de Gardel por Domingo, o versiones sinfónicas de los Beatles, por ejemplo, lo que no provoca precisamente simpatías hacia ella.

    Y como abonado de a pie, muchas gracias, pero mi homenaje es para los músicos de la orquesta, en su mayoría anónimos para la mayoría, que se dejan la piel de los dedos o de los labios por (o al menos con) amor al arte.

    • Al público que viene el día en que la orquesta toca con tal grupo o solista pop no se le vuelve a ver por la sala. El público que se aficiona lo hace porque comienza a ir a conciertos de temporada y le gusta. De ahí la importancia de un buen aparato de publicidad.
      Ciertamente, los músicos de orquesta profesional son gente de una pasta especial.

  2. Luis says:

    Querido Enrique, no puedo estar de acuerdo al 100%. Aunque el análisis de que los conciertos en los que una orquesta acompaña a músicos de otras músicas es correcto en parte, creo que el problema es la falsa expectativa que podamos crearnos al pensar que eso hará que nuevo público se abone en masa a dicha orquesta. Seguro que alguien “caerá hechizado” por la música sinfónica y se acercará de nuevo por el auditorio en conciertos de repertorio ¨clásico” o “académico”, o incluso se abone, y con eso, por pocos que sean, estará justificada la programación aperturista de una orquesta, pero no nos engañemos, sin esos conciertos algunas orquestas no duplicarían su público una noche, aunque sea de forma puntual y la orquesta en sí misma no sea el centro de atención, ni el público sea selecto ni entendido.

    En la programación de otras músicas la orquesta es la primera interesada, necesita público, las instituciones necesitan justificar la construcción de infraestructuras musicales (auditorios, de los que ahora hay muchos) y la financiación de orquestas. Pero de ahí a esperar que eso resuelva el problema de la afición a la música sinfónica, hay un trecho. Cuando yo era adolescente se apuntaba a la falta de tradición, de orquestas, de auditorios… criticábamos a Luis Cobos (¿os acordáis?) por su “bienintencionada” popularización de la música clásica; recientemente todos sabemos sobre las dificultades de la música en colegios e institutos (del estado de la Educación en general, en realidad), así que delegar solo sobre las orquestas la responsabilidad de educar al público y sobre el público la responsabilidad de saber discernir entre la Música verdadera (si es que ésta existe) y los sucedáneos, me parece excesivo.

    De niño un profesor nos decía que tener educación es saber dirigirse a todos los auditorios, utlilizar en cada situación las palabras y el registro adecuado a nuestro interlocutor; del mismo modo no creo que haya músicas superiores e inferiores, sólo buena y mala música, coherente o incoherente, con calidad o sin ella. Es innegable la tradición, profesionalización, especialización, internacionalización y gran valor cultural, técnico, ético y estético de la llamada Música Clásica (definirla nos llevaría mucho tiempo, no obstante), pero yo al menos intento no juzgar otras músicas a la sombra de Bach, Beethoven, Brahms o Shostakovicht. Al público clásico convencido e informado le convendría dejar de mirarse el ombligo; de hecho no creo que lo haga, estoy seguro de que también es público de otras músicas, y viceversa. Las etiquetas y fronteras las ponemos nosotros, me temo, casi siempre.

    Y qué decir de los músicos de orquesta; a algunos les he visto aburrirse soberanamente e incluso disgustarse cuando tienen que poner su instrumento al servicio de un músico de folk, guitarras flamencas o música ligera. A otros sin embargo (y me incluyo) se les pone una cara de relajación, disfrute y diría que hasta de sana envida al ver las evoluciones de los músicos “no clásicos”. Por no hablar de los músicos clásicos que coquetean con el folk, el jazz, el tango, la música klezmer y un largo etcétera. ¿Son ellos peores músicos, menos puros? ¿Traicionan a la verdadera música, la Música con mayúsculas?.

    Voy a subir el tono: creo que a los defensores de la Música culta, clásica y verdadera no les interesa llenar auditorios de públicos de otras músicas, si acaso arrebatarles público a éstas, desengañarles del error en que se encuentran; pero un público asombrado siempre, que no se cuestione demasiado lo que escucha, que efectivamente no tenga ni buen oído y capacidad crítica, que siempre salga encantado de oir a “su orquesta”; que piense que así compensa la frustación de no haber podido aprender a tocar un instrumento de joven, o el complejo que le dejó el comentario de un profesor que en el colegio, de niño, le dijo que tenía un oído enfrente de otro y cantaba muy mal.

    La labor de una orquesta es admirable, su trabajo el mejor del mundo, la música “clásica” maravillosa, pero convendría eliminar el interesado elitismo que la rodea a veces, la parafernalia (que los propios músicos tratan de romper, afortunadamente cada vez más).

    Lo de los alumnos de los conservatorios no creo que haya cambiado mucho, Enrique. Tú sabes bien cuántos solíamos acudir a conciertos hace 25 años, se contaban con los dedos de las manos, de una mano, a veces. Ciertamente es triste que en ese tiempo no haya mejorado mucho.

    Por último un alegato por los músicos no clásicos, los que después de jornadas de 8 ó 10 horas en una fábrica, en la tienda o la oficina se meten en un local de ensayo o en su casa cinco días a la semana para tocar mejor, y dan conciertos en un bar frente a 30 personas (con suerte) para ganar 50 euros si llegan. Y a veces les queda aún tiempo de acercarse a escuchar a la orquesta de su ciudad tocar el gran repertorio sinfónico, y sí, lo hacen también con admiración y no poca envidia.

    ¡Saludos y enhorabuena por el blog, por supuesto!

    • Gracias por tu comentario. Estoy de acuerdo con algunas cosas y en desacuerdo con otras, pero no te discutiré ni una sola coma, pues prefiero que se vean otras opiniones antes que aferrarme a la mía y defenderla.

  3. Pingback: ¿Hay que promocionar la música clásica? | Ancha es mi casa

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