FELIX MENDELSSOHN BARTHOLDY (Hamburgo, 1809; Leipzig, 1847)
Obertura Las Hébridas, op. 26
Notas al programa. Orquesta Sinfónica de Burgos. 20-II-2022. Dir.: Tomás Grau
Composición: 1830. Estreno: 1832.

El joven Mendelssohn, miembro de una familia acomodada de tradición judía, emprendió en compañía de un amigo un viaje por las islas británicas en el verano de 1829. Tenía veinte años, dinero en el bolsillo, pasión por la naturaleza y la vida, y un talento que se le escapaba a raudales en diferentes artes. Fue aquel el primero de los dos grandes viajes de su juventud. El segundo le llevaría varios años a Roma. De cada uno de ellos sacó conclusiones para sus sinfonías Escocesa e Italiana (tercera y cuarta respectivamente en su catálogo).
Nunca su bulliciosa y soleada Sinfonía Escocesa sonó a Escocia, pero el llamado espíritu osiánico, el de los héroes mitológicos de las brumosas tierras altas, al menos tuvo a bien proporcionarle algo de inspiración cuando visitó las islas Hébridas. El epistolario de Mendelssohn de aquellos días representa la curiosa evolución de un estado de ánimo entusiasta con el país y su paisaje («¿Cómo podría describirlo? Hay que verlo por uno mismo. Cuando a Dios le da por pintar paisajes, puedes esperarte algo tremendo.»), hasta la desesperación por la persistencia de la lluvia y por no cruzarse con manifestaciones del folclore musical. Los viajes en barco tampoco resultaban de su gusto, pues, debía de marearse con facilidad, tal como atestigua su compañero de viaje: «Se lleva mucho mejor con el mar como artista que como ser humano dotado de estómago.» Al desembarcar en una de las islas, no obstante, con mareo o sin él, tuvo la lucidez de concebir un motivo musical cargado de potencial melódico. Sería el motivo principal de la futura obertura Las Hébridas. Lo anotó en plantilla de piano y lo envió por carta a su padre, Abraham Mendelssohn Bartholdy el día 7 de agosto con la siguiente inscripción: «Para que se haga una idea del extraño humor que se ha apoderado de mí en las Hébridas, se me ha ocurrido esta música.» (El año anterior había compuesto otra obertura de concierto basada en Goethe y titulada Mar en calma y viaje feliz)Al día siguiente visitó la denominada Gruta de Fingal en la que se dejó impresionar por dicha arquitectura natural frente al mar.
Dicho motivo, que no se extenderá melódicamente más allá de sus seis notas, domina la obertura de principio a fin. El autor reconoce en él una magnífica idea musical e insiste en desarrollarlo y variarlo de múltiples formas. Quizá por ello no terminó de quedar conforme con el resultado de la obra y realizó modificaciones tras el estreno, pues, a pesar de la maestría del joven compositor y de la innegable belleza de la pieza, puede resultar un tanto redundante. Ahora bien, el equilibrio lo logra gracias a un segundo tema melódico expuesto con nobleza en las cuerdas graves y retomado por los violines, que constituye un verdadero hallazgo por parte de Mendelssohn y, posiblemente, una de sus melodías de inspiración más sobresaliente. Cuando reaparece en el clarinete antes de dar paso a la coda, en un memorable episodio para los vientos, la obertura gana un personaje definitivo, al que, de haber vivido más años, el autor habría hecho aparecer en alguna obra posterior. La obertura recibe también el título de La gruta de Fingal.